Junior Díaz y Karen Madiedo, dos jóvenes de la Red Juvenil Ignaciana desde el Santuario de San Pedro Claver en Cartagena, nos cuentan su experiencia luego de participar en la MAG+S y en la JMJ.
Por: Junior Díaz y Karen Madiedo
Es un reto para nosotros compartir lo que vivimos en MAG+S y en la JMJ Panamá 2019, porque hay tanto por expresar que no encontramos palabras para concretar la profundidad del amor que experimentamos de Dios y las personas que estuvieron con nosotros en estas vivencias, pero aquí vamos.
Para comenzar, sentimos la necesidad de presentar lo que es MAG+S, es una experiencia organizada por la Compañía de Jesús, que convoca a un encuentro mundial de jóvenes que viven la espiritualidad ignaciana, y se realiza días antes de la Jornada Mundial de la Juventud. Este año se realizó en la provincia de Centroamérica que está conformada por seis países (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá), los organizadores junto a su equipo de voluntarios, nos ofrecieron un itinerario de actividades espirituales, culturales, pastorales y de servicio que permitieron que la realidad y el amor de Dios nos cuestionara y llamara a transformar la vida e ir al encuentro del otro.
Lo vivido en MAG+S Centroamérica 2019 ha sido de gran provecho para nuestro crecimiento espiritual, a nivel humano y social. El país que le designaron a la delegación de Colombia fue El Salvador, ese fue nuestro destino, una nación que su historia nos cuenta que ha sido maltratada, dolida y violentada, vaya casualidad, no es alejado a nuestra realidad; pero al mismo tiempo, hemos visto en el Salvador un país luchador, un pueblo con consciencia crítica, memoria, sentido de pertenencia y con una calidez humana infinita. La instancia allí transcurrió sin ningún problema a nivel de orden público. Nos sentimos muy bien atendidos y hasta consentidos. Los primeros días nos hospedaron en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) donde hicimos actividades de integración de delegaciones, peregrinaciones y pudimos conocer hechos históricos que han marcado a esa nación: la guerra, la entrega generosa de tantos mártires que dieron sus vidas por querer construir una sociedad más justa, entre esos los jesuitas mártires de la UCA y San Oscar Arnulfo Romero, de quien pudimos ser testigos que cumplió su promesa: si me matan resucitaré en el pueblo Salvadoreño pues allí, desde los niños hasta los adultos, han sido marcados por su vida y obra y se sienten esperanzados gracias a lo que Dios pudo hacer a través de él, pues como dice alguien a quien tuvimos la gran dicha de conocer en la Universidad, el padre Jon Sobrino S.J., (el autor de Jesús liberador): Oscar Romero es el paso de Dios en El Salvador.
Allí conocimos todo lo que fue el proceso de paz, el proceso de construcción de memoria, el trabajo que se ha hecho con las víctimas, la defensa y lucha por los Derechos Humanos y de verdad, sentimos que tenemos mucho por aprender de el Salvador, su experiencia puede darnos luces.
También tuvimos la oportunidad de hacer misión, nuestra experiencia de Misión fue en la comunidad La Aguja, ubicada en La Libertad, aproximadamente a hora y media de la capital San Salvador, trabajamos en conjunto con la Fundación llamada TECHO, construyendo una casa para una familia de la Comunidad y un parque recreacional para los niños, esta experiencia no fue solo la construcción material sino una oportunidad de tejer vínculos con los peregrinos y sobre todo con la comunidad, con quienes pudimos compartir sueños, esperanza, la vida y el arduo trabajo del proyecto en gestión, y fue así, porque todos ayudaban en la realización de ese proyecto que era uno de sus sueños concretos, porque para ellos la casa y el parque más que una obra, era la posibilidad de dignificar más sus vidas porque al fin una familia tendría un techo, un hogar para vivir, el parque permitiría tener un espacio para el disfrute y goce de la vida de los niños y niñas y la oportunidad de tener un lugar de encuentro para ellos . Aprendimos de todos ellos que la unión hace la fuerza, una comunidad sin presencia de alguna autoridad del estado, camina y se organiza por sus líderes que no olvidan ni marginan a ningún miembro, donde todos son tratados como familia, siempre dispuesto a las necesidades de los otros. Estar en La Aguja fue una profunda experiencia de fraternidad porque nos acogieron con los brazos totalmente abiertos.
El equipo de misioneros era muy diverso, conformado por jóvenes españoles, salvadoreños y colombianos de distintas regiones entre esos nosotros dos (Karen y Junior miembros del Santuario de San Pedro Claver), todos diferentes, de realidades diversas nos conectamos no por redes sociales, sino creando vínculos de amistad y hermandad manifestados en el trato y confianza del uno con el otro, parecíamos conocidos de toda la vida. Todos unidos por un mismo Dios y para un mismo fin: Amar y Servir.
Luego de todo lo anterior, volvimos a San Salvador donde viajamos juntos todos los peregrinos que nos encontrábamos en la UCA, jóvenes colombianos, españoles, cubanos, dominicanos, coreanos, argentinos, uruguayos y chilenos, nos fuimos para La JMJ en Panamá que fue un espacio muy grato, conocimos muchas personas de diferentes partes del mundo, interactuamos con jóvenes hablantes de otros idiomas. Juntos vivimos experiencias de formación y espirituales como la oración ecuménica: TAIZE, que de igual manera nos tocaron el corazón. En ambos espacios se vivió al máximo la interculturalidad. Jóvenes de todas partes del mundo compartiendo una misma fe, que fue alentada con las palabras del Papa Francisco llamándonos a hacer el ‘Ahora’ a no seguir esperando, sino que empecemos desde ya a concretar el amor, en una misión muy puntual pero que será grano de arena para construir la Iglesia que nos soñamos, el País que queremos, y el mundo más humano y justo que anhelamos. Por eso aquí estamos de vuelta en Cartagena, para dar el Más a nuestra querida ciudad.