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Reflexión| El Padre Tulio Aristizábal

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Por: P. Álvaro Gutiérrez Toro, S.J.

A mi manera”. Esta es la expresión que me viene al recordar al Padre Tulio Aristizábal, S.J. Fiel siempre a una manera de ser jesuita asimilada desde su niñez.

Al llegar al noviciado, en el año 38 del siglo pasado, alguno de los padres que lo recibió, le comentó a uno de sus colegas: nos llega de Medellín un joven de “muchas partes”.

Sus estudios lo acercaron al mundo clásico, de gran estima entre los jesuitas de mediados del siglo pasado. Por eso disfrutaba con las conversaciones eruditas de aquellas personas que lo visitaban en su habitación caribe en Cartagena.

También se acercaba a las gentes sencillas que sabían encontrar en él a un amigo que se interesaba por ellas.

Con todo, fácilmente trataba de “ignorante” a quien no entraba en la órbita de sus conocimientos. Normal para una persona formada en la época anterior al Concilio Vaticano II que fue el que introdujo el Ecumenismo y la libertad religiosa, que poco a poco se han ido abriendo espacio (lentamente) en la Iglesia y en la Compañía.

El museo...En el Santuario de San Pedro Claver, el nombre del Padre Tulio resonará en la sala de arte Religioso, por mucho tiempo. Obras de arte que nos conducen a otros contextos, pero manteniéndonos siempre en fidelidad al mensaje del Evangelio y recuperando para nuestros días el proyecto de Jesús. (Leer también: Pascua del Padre Tulio Aristizábal, S.J.)

El reloj de la Iglesia. Si sus campanas continúan recordándonos el paso irremediable del tiempo es gracias a la astucia del Padre Tulio Aristizábal, S.J. que sabía acercarse modestamente a las personas que podían ayudarlo:

Me presentaron el presupuesto (del arreglo del reloj), pero yo no tengo todo ese dinero… Palabras mágicas en el contexto de Cartagena, cuando son depositadas en el oído de un amigo.

Pero ni hablar de las “novelas históricas”. ¿O son históricas o son novelas?, decía contundentemente el Padre Tulio. Ya sabíamos que no admitía un “tercero incluido”, como lo acepta la transdisciplinariedad, en nuestros días. De ahí que le ofuscaban los elogios dirigidos al Jesuita catalán Pedro Miguel Lamet, especialista en el género literario prohibido.

Amigo de los libros. Le costó sinsabores entrar en el mundo computarizado. Ya era clásico verlo salir de su oficina, malhumorado, en busca de un técnico que lo sacara de un tropiezo en el manejo del computador. Afortunadamente no le faltaba “personal de apoyo”: en la administración, en el despacho parroquial o en el Grupo Conservar, en donde tenía un séquito de seguidores.

Pero son también las escaleras del Santuario las que por decenas de veces vieron al padre Tulio subir y bajar, sin que se hubiera hablado nunca de una caida (que todos temíamos, ya en los últimos meses). Siempre estaba listo para bajar a confesar, manteniéndose en ello fiel a la tradición Claveriana, que él mismo había sabido divulgar.

En el Santuario conservaremos su presencia, que a la par de la de Pedro Claver, ilumina nuestro trasegar por este ámbito caribeño al que tanto amó.