Este artículo hace parte del contenido del Boletín Trimestral (Octubre- diciembre) del Santuario de San Pedro Claver.
Por: Raúl Paniagua Bedoya – Sociólogo.
Es posible que se haya hablado mucho de la crisis alimentaria en Cartagena de Indias, aunque estimo que nunca va a ser suficiente, pues detrás de esta simple expresión hay un enorme problema, complejo, humano, que se tiende a minimizar o eludir con informes estadísticos o mapas conceptuales y es el término de la seguridad alimentaria. El problema de este término es que distorsiona o disfraza una realidad, como es que la seguridad alimentaria se la da el hecho de tener o no ingresos o dinero para poder pagar esa seguridad, que por fuera del mercado nadie garantiza.
Pero hay otro termino tal vez menos mencionado y aún menos difundido y comprendido, como es el de la soberanía alimentaria. El primer concepto alude a la seguridad que una población, llámese comunidad urbana, rural o nacional, pueda tener de la certeza de poder disponer de los alimentos para atender sus necesidades básicas. Lo que ha venido pregonando el neoliberalismo o la sociedad capitalista es que existen las condiciones de mercado para garantizar la seguridad alimentaria, lo cual encierra una falacia, pues si en la sociedad de consumo, una persona no tiene los ingresos o el dinero suficiente para comprar sus alimentos, pues simplemente no tiene ninguna seguridad alimentaria.
En este orden de ideas lo que se ha venido observando en el país es el desmonte de la agricultura desde inicios de los años 90 del siglo pasado, cuando se impuso el modelo de gobierno de la llamada apertura económica, o lo que es lo mismo, cuando se adoptaron las recomendaciones de la banca multilateral, de los organismos internacionales y de las multinacionales, reflejado en buena parte en los acuerdos comerciales, lo que generó en el país un proceso de quiebra y deterioro de la producción agrícola nacional, que nos ha llevado a lo que se ha denunciado recientemente, como es el saber que en Colombia se importan casi 14 millones de toneladas de alimentos, de los cuales cerca del 90% se pueden producir en el país.
Esa dependencia del exterior de una buena parte de los alimentos que consumimos nos indica que no tenemos mayor seguridad alimentaria, pues si las condiciones del comercio internacional se paralizaran como ya ha ocurrido por la pandemia del Covid-19 o por alguna guerra, como lo estamos observando en este año con el conflicto en Ucrania, el país no tendría acceso a una serie de bienes que sin lugar a duda afectarían seriamente nuestra seguridad de adquirir alimentos.
Pero el asunto se complica cuando analizamos la soberanía alimentaria. Lo que refleja el caso como hasta aquí lo comentamos, es que en Colombia cada vez tenemos menos soberanía o autonomía en la garantía del suministro de alimentos a la población, pues como nación no tenemos la certeza o seguridad de que todos los colombianos puedan tener la confianza de que siempre tendremos acceso a los alimentos, pues cada vez es mayor el número de artículos que no producimos aquí y que tenemos que importar.
Estos conceptos en términos generales, en abstracto, no tienen mayor complejidad o dificultad para entenderlos. Otra cosa es cuando vamos a una vereda o corregimiento de las islas o de la zona norte de la ciudad y vemos como paulatinamente se va descomponiendo, se van quebrando las capacidades de estas comunidades para producir y garantizar sus alimentos. Comunidades que hasta hace poco eran autosuficientes y demandaban muy pocos alimentos externos a ellas mismas y lo que no producían, lo adquirían fácilmente con lo que producían. Podemos afirmar que más del 95% de sus alimentos se lo proveían ellos mismos y a lo largo del año producían bienes agrícolas, eran a su vez pescadores de ciénagas o del mar y algunos más vivían de la caza de especies menores de su entorno.
Hoy todo esto está cambiando aceleradamente, pero en contra de las comunidades. En la parte urbana, el desempleo, la informalidad, la ausencia de mecanismos de protección o ayuda social están empujando a cientos de ciudadanos a tener hambre, a no poder consumir las tres comidas diarias, con el agravante de que al no poseer ingresos económicos no pueden entrar al mercado, a la sociedad de consumo a pagar sus alimentos, pues simplemente no tienen con que comprar. (Lectura recomendada: Pedro Claver: Esclavo de los esclavos para siempre)
En la parte rural el problema es más dramático, pues comunidades que eran autosuficientes, son cada día más dependientes de factores externos para proveer sus alimentos. En unos casos dependen de las lluvias y recordamos como en años recientes los veranos intensos les impedía producir, y en el presente, las lluvias que se están prolongando casi todo el año, están haciendo inviable la producción, pues sus sembrados se están ahogando y lo que vamos a observar en los siguientes meses es una hambruna mayor en todas estas comunidades. A lo que se agrega la desaparición de la pesca en las ciénagas y el alejamiento de la pesca en el mar, así como prácticamente la extinción de los animales silvestres que eran parte de su dieta.
Lo que tenemos entre manos son unas comunidades cada día más alejadas de la seguridad y de la soberanía alimentaria. Grupos de población cada vez más expuestos a la pobreza extrema, a la miseria y con unos gobiernos con una enorme incapacidad de atender las necesidades básicas de los más vulnerables, que como tal se incrementan cada día.
Este panorama demanda a todos, católicos, cristianos, creyentes o no, una acción más decididamente solidaria, comprensiva, generosa, abierta. Demanda de las administraciones públicas una labor de identificación de la población vulnerable, pero en especial una más rápida, urgente y decidida acción de atención y ayuda, empezando por quienes tienen varias carencias, sabiendo que hoy el gobierno local y nacional dispone de las herramientas tecnológicas para ubicar espacialmente a esos más necesitados para poder llegar hasta ellos. (Lectura recomendada: ¡Buenas noticias! | El Santuario Museo San Pedro Claver se une a Google Arts and Culture)
Dentro del gobierno distrital y departamental se dispone de instrumentos para llegar a acompañar a esas poblaciones rurales que ven como las lluvias están acabando con lo que sembraron hace dos o más meses y saben, con tristeza, que dentro de unas semanas o meses no va a haber nada que recoger.
Confío en equivocarme, pero el panorama alimenticio de los siguientes meses va a ser peor que lo ocurrido en el 2020 por efectos de la pandemia. Hoy y en los meses venideros, a la crisis que venimos arrastrando por diversas razones, se le agregará la pérdida de la producción agrícola de nuestras comunidades, con la desventaja que la miseria y el hambre en las comunidades rurales no se visibiliza, no se mide y no se evidencia. Parece que cada día que pasa estaremos solo a merced de Dios.
