Antes de la Constitución del 91 nuestro Estado colombiano era un Estado confesional, claramente definido por el cristianismo de la Iglesia Católica. A partir de esta Constitución pasamos a ser un estado laico, caracterizado por la libertad de cultos y respeto a las diferentes creencias religiosas o no religiosas.
Esta realidad motivó nuevas formas de anunciar el Evangelio y de trabajar pastoralmente. Si en otros tiempos el respeto y cumplimiento de los compromisos cristianos se apoyaba en el temor al “castigo divino” o en el premio que la divinidad otorga a quien sigue buen camino, cuando la religión deja de ser la norma ética de comportamiento social, se comienza a obrar de manera confusa y sin regirse por los antiguos mandamientos, pues se consideran ligados a una institución y tradición pasajera que obliga de manera impositiva y no promueve la formación de la conciencia crítica.
La enseñanza religiosa, tanto en los colegios confesionales como en las parroquias, se ha quedado muchas veces en la memorización de normas morales o asuntos históricos más que en el análisis de actitudes y comportamientos que ayudan a formar el carácter y la capacidad de razonamiento (discernimiento), frente a la libertad que tenemos los seres humanos y que hemos recibido con nuestra esencia humana.
Se impone entonces un llamado a la coherencia y honestidad de vida que va más allá de una determinada confesión religiosa. Es el ser humano en el ejercicio de su libertad quien debe decidir lo que más conduce para el bien y el respeto de las diferentes maneras de pensar, culturas, etnias, etc. Aunque existan leyes, mandamientos, normas que la sociedad establece para plasmar lo que ha sido reconocido como acuerdo social para favorecer la convivencia y el desarrollo de la personalidad, es necesario asumir que más allá de la ley está la generosidad, la caridad fraterna, el respeto, la comprensión y como grande y englobante ley, la ley del amor. “Ama y has lo que quieras”, decía S. Agustín.
Es aquí donde la familia se constituye en el primer pedagogo de valores y formación de la conciencia crítica de la sociedad. El reto para lograr sociedades autónomas, críticas y responsables por la dignidad humana, es por dónde empezar. Si se pretende formar a los pequeños en los colegios o en las parroquias según estos principios fundamentales, cuando las familias están viviendo de espaldas a esta pedagogía, se puede decir que es un esfuerzo con pocos resultados.
Entonces, la misión consiste en cómo llegar a los hogares e invitarlos a preguntarse por la conformación de esa ética civil que pueda ser compartida por cada vez más personas y que encarne un espíritu que trascienda el cumplimiento de leyes y lleve al verdadero amor. Amor que falta en tantas casas.
Quienes acuden a una parroquia con el interés de acercarse a Dios y de buscar la formación de sus hijos en el seguimiento del Espíritu de Jesús, pueden ser invitados a vivir un camino compartido donde el compromiso de todos sea la búsqueda constante de lo que Dios nos está pidiendo a todos en este mundo cambiante que de alguna manera nos desborda.
Por P. Joaquín Emilio Pachón, SJ. Párroco de Santa Rita
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