El Padre Lucho, amigo de los pobres

El P. Álvaro Gutiérrez, S.J. su hermano de comunidad y fiel amigo durante varios años en el Santuario de San Pedro Claver, nos comparte este texto anecdótico (que leyó durante la Eucaristía de exequias), donde se despide y recuerda con cariño el legado del P. Luis Ortíz, S.J. que hoy descansa en la Paz del Señor.

Por: P. Álvaro Gutiérrez, S.J.

Durante varios años tuve lo oportunidad de vivir con el Padre Lucho en nuestra comunidad de Cartagena, de manera que son muchas las facetas de su personalidad que pude explorar. Sería larga la extensión de mi narrativa.

Ya en los albores de su vocación no muy bien definida, se puso en contacto con los Jesuitas porque le gustaba mucho el fútbol y oyó decir que la Comunidad tenía en El Mortiño una casa de estudios de bachillerato en donde florecía esa disciplina deportiva.  No fue entonces el ejemplo de su hermano mayor Pedro, el que lo conmovió.

Su noviciado y sus estudios transcuyeron dentro de la normalidad en los climas de Boyacá y de la sabana bogotana. Apreció sobre todo su año de ciencias que lo marcó con cierto rigor investigativo y de confianza en las ciencias.

Una corta estadía en Europa lo puso en alerta y tal vez preveía ya lo que hoy se considera como la descolonización epistemológica. Reconoció en charlas posteriores que, de haberse quedado en Europa, tal vez no hubiera continuado en la Compañía. Así que su regreso se realizó por cuenta propia.

En un momento crítico de su trayectoria apostólica, en el CESDE de Medellín, al recibir al delegado del provincial, le preguntó a boca de jarro: ¿viene a consultar o a mandar? A mandar, le respondió  el delegado.

 “Pues mande”, le dijo Lucho. Reconoció más tarde que fue esta la entrevista más corta que tuvo en  su vida.

Amante de su país tuvo el privilegio no solo de realizar una peregrinación, en tiempos de noviciado, sino dos. De manera que fueron muchos los lugares por los que pasó, lo que lo colocó en una posición privilegiada en el conocimiento del país, que más tarde desarrolló con la ayuda de enciclopedias que tenía bien referenciadas en la biblioteca de la casa.

Tenía grato recuerdo de su estadía de unos dos años en el vicariato de La Guajira. Decía que los capuchinos italianos fueron más acertados con los Guayús que los españoles de la misma congregación.

Además, de esta experiencia en territorio guajiro, decía que le había proporcionado más sabiduría, que sus largos años de estudio en la Compañía. Una pizca de exageración pero comparto esa percepción, refiriéndome también a mi experiencia congoleña. Por ello entre él y yo se estableció desde muy pronto una alianza estratégica.

Ya en Cartagena. Largos años de apostolado, haciéndose querer, sobre todo. por la gente sencilla. Fiel a su compromiso de atender las confesiones de las personas que vienen numerosas a nuestra casa, a tal punto que su caminar pausado por los corredores, arrastrando sus viejas sandalias, se aceleraba cuando lo llamaban para las confesiones.

Con la ayuda de las secretarias de la Parroquia, he podido lograr el número aproximado de bautizos que celebró a lo largo de casi treinta años en esta iglesia de san Pedro Claver: ¡2.800!

Una última anécdota que Lucho se complacía en referir: muy al comienzo de su estadía en Cartagena, lo invitaron a dar clases de filosofía en el seminario Mayor de San Carlos Borromeo. Así transcuyeron dos años, pero al tercero no recibió ninguna invitación. Curioso – ¡porque lo era! –  indagó con el Obispo Tato, que había conocido en la Guajira y que hacía parte del Consejo Directivo del Seminario, el porqué de su exclusión. “Porque lo consideran muy claridoso, le respondió Monseñor.