La señora Ruth Amaya, en representación de un grupo de feligreses y amigos del P. Luis Ortíz, S.J. quienes además lo cuidaron durante su hospitalización en sus últimos días, nos comparten este relato (que leyó durante la Eucaristía de exequias) lleno de amor, recuerdos y mucha gratitud.
Por: Ruth Amaya
Estoy aquí dirigiéndome a ustedes, en representación de los que fuimos sus amigos y amigas, y en ultimas “cuidadoras”, para compartir el sentir expresado en estas palabras, construidas entre todos nosotros, que de una u manera, tuvimos la gracia y la bendición de estar cerca del padre Luis, nuestro querido sacerdote, consejero, amigo, confesor, acompañante y guía espiritual.
Hay mucho que hablar del P. Luis Ortiz…. Pero el hilo conductor de este escrito es su legado amoroso, por eso nos centramos en esta recopilación de experiencias vividas, y horas compartidas con él; aunque no es posible expresar con palabras tanto bien recibido.
Entre sus amistades ha surgido la expresión “Santo”, alguien, muy sencillo y humilde como lo reflejaban sus sandalias, alguien que se consideraba indigno de ser tan querido, como él decía, que manifestaba su vulnerabilidad tranquilamente, y que aun, desde su martirio, en una cama de hospital, expresaba su alegría de poder ser sacerdote… por que Él sabia, en quien había puesto su confianza.
Su amor por cada persona, su dedicación, su atención total, su capacidad de escucha y amor, es signo de esta santidad.
El Padre Luis fue un hombre íntegro, sencillo, humano, servicial, humilde, firme, flexible y cariñoso. El trataba y aceptaba a todos por igual, sin juzgar ni cuestionar a nadie; ayudo a crecer en fraternidad a muchos, debilitando estructuras sociales, y así nos enseñó a aceptarnos unos a otros, tal como es cada uno, y sacando lo mejor de cada cual. En el proceso de confesión nos conducía con paciencia a encontrar la causa o motivo para amar a Dios y de ser libres para amarlo.
Su dulce sonrisa, rompía los hielos más duros. Su espiritualidad, su oración y experiencia, nos ayudaba a resolver difíciles conflictos con gran sencillez. Con su lema “Conocer, amar y servir”, decía: No se ama lo que no se conoce, y por eso, sugería como el mismo lo hacía, dedicar siempre tiempo para conocer a las personas, despojándose de sí mismo, para lograrlo, y hacer un acompañamiento espiritual efectivo. No nos decía que era lo que debíamos hacer, sino que nos llevaba a buscar y encontrar las respuestas en la palabra de Dios, nos llevaba a actuar con libertad dejándonos guiar por el evangelio y la vida de Jesús. Para él lo principal siempre fueron las personas, se preocupaba y esmeraba por atender y escuchar a todo el que le solicitaba, generando fuertes lazos de amistad, fraternidad y compromiso, y era frecuente quedarse hasta tarde, sabía llegar a todos, acompañándonos en momentos difíciles, y apoyando cuando era necesario. Con seguridad surgirán innumerables relatos de personas que recibieron su cariño, su consejo y ayuda de manera anónima.
Lo recordaremos como “El padre de la dulce sonrisa”, quien además tenía un buen sentido del humor.
Siempre hablo de la necesidad de crear un “Centro de pensamiento cristiano”.
Durante el tiempo en el hospital, ya avanzada su enfermedad, aún seguimos aprendiendo del padre Luis, de su capacidad de entrega y abandono. Repetía con frecuencia “Dios es bueno, misericordioso, bondadoso y amoroso”. Y allí, desde su nuevo pulpito, nos aconsejo ‘Ver la vida como una película’, como la quisiéramos realizar, como protagonista o como una gran tragedia, y lo que se salga de nuestras manos se lo entregáramos a Dios padre y a María y a nuestros santos de devoción….
Con frecuencia decía: “Entre dos cosas escoge la mejor, la mejor es la que te de tranquilidad, más paz, mas alegría, Dios es paz, es amor es alegría.” “Hay que siempre hacer el bien”, “sean agradecidos constantemente, porque el cariño, la atención y cercanía a todas las personas es muy importante”, Me quiero dejar llevar por Dios, déjate tú, llevar por Dios” y decía también: “Acepto con paz y amor esta situación”. Y con frecuencia mirando hacia el cielo y en ultimas hacia el techo de la habitación repetía: “Padre en tus manos me abandono”.
Es importante resaltar, o más bien ver que más allá de las expresiones de cariño, gratitud y admiración hacia un santo sacerdote, él no solamente con su vida sino ahora con su muerte sigue gritando en forma silenciosa y sutil, que las promesas del Señor son ciertas y se cumplen, que él a los que optan por seguirlo les devuelve no solamente las cosas materiales que dejan, sino sobre todo les multiplica las madres, hermanos hijos y gente que los ama profundamente, en ese amor perfecto que es el amor que enseña Jesucristo el que se brinda abiertamente.
Muchos de tus cuidadores al saber que estabas enfermo, hasta tomaron un avión, no para pasar un día soleado de playa, sino para acompañarte en el hospital, o se colocaban en la lista de turno que llevaba el padre Ricardo para poder verte o cuidarte, esta lista a veces se vio interrumpida por personas externas que llegaban, no porque no hubiera quien te cuidara, sino por delicadeza de tus compañeros jesuitas que se preocupaban para que no nos dobláramos de turno y no nos fuéramos a cansar.
Querido Luis ya no vas a necesitar nuestros pobres y humildes cuidados, pero en cambio tú seguirás cuidando de nosotros desde allá junto al padre Dios y a mamita María, y nos estará recordando de esa forma sutil, la importancia y la grandeza de volver a la confesión sacramental.
Gracias infinitas a Dios, por la vida del P Luis, por su presencia en nuestras vidas, por su sabiduría, por sus testimonios que nos animen a vivir una verdadera vida cristiana y el compromiso de seguir adelante.
Hasta siempre P Luis Ortiz, vivirás siempre en nuestros recuerdos.
