Por: Germán Ortiz Plata | Sobrino del P. Luis Ortiz, S.J.
En nombre de la familia Ortiz, doy los agradecimientos a quienes nos acompañan en forma física o espiritual, a la Compañía de Jesús, compañeros de apostolado de Lucho; a las personas que viven y trabajan en el santuario, a sus amigas y amigos, y a todos esos angelitos que lo acompañaron y cuidaron.
Como sobrino del padre Luis Jesús debo confesar que cuando un tío ingresa a una comunidad religiosa se sienten celos, porque uno quisiera tenerlo cerca, disfrutar a menudo de su compañía, su consuelo y sus enseñanzas. Pero al reflexionar un poco sobre ello, se entiende que en el llamado de Cristo a sus apóstoles, los convocó a una misión trascendental, en la cual su capacidad de entrega se multiplica por más de mil y sus apostolados pueden llegar de esa forma a quienes más lo necesitan.
Antes de venir a Cartagena, Lucho estuvo en muchas poblaciones: Barrancabermeja, Puerto Wilches, Sabana de Torres, Riohacha, Aguachica, Maicao, Buga, Cali, entre otras. Siempre cerca de los más desfavorecidos, buscando darles alivio, fe y esperanza.
Su formación amplia recibida en la escuela jesuita le ayudó a escuchar, entender y relacionarse con una gran diversidad de personas y ambientes. Sabía oír y sabía preguntar. De alguna forma hacía que muchas veces los consejos que uno necesitaba, salieran de uno mismo.
También, era admirable su capacidad de escuchar y de hablar con personas con ideas divergentes. Conversaba sin regañar o discutir. Nos decía que la vida era una permanente búsqueda de verdad, justicia, amor y paz. Y fue muy coherente pues la suya fue una vida entregada a conocer, amar y servir.
Siguiendo las huellas de Jesús, Luis Jesús nos dejó también las suyas, para ayudarnos en nuestra búsqueda personal de la verdad.
Lucho estará con nosotros y siempre recordaremos la frase con que terminaba sus misas: Podemos ir a trabajar por la paz.
