Por: Álvaro Gutiérrez Toro, S.J.
Podemos decir que es una espiritualidad de “los ojos abiertos”.
Atentos a la realidad en la que nos encontramos, para interpelarla, según tiempos, lugares y personas, con miras a hacerla cada vez más, un lugar de encuentro con Dios, con las demás personas y el medio ambiente.
Este análisis de la realidad no se da espontáneamente. Requiere atención. De ahí surge la necesidad del discernimiento: “qué es lo que más conduce para realizar el bien, para el que fuimos creados”.
Es un “principio y fundamento”: que requiere constantemente identificar las formas de nuestra acción que más contribuyen a lo que pretendemos. Deseamos que nuestra inteligencia sea iluminada por el Espíritu del Señor. De ahí la importancia que se le da al “examen”: momentos de atención a lo vivido, para corregir la trayectoria, si es necesario.
En un ámbito de fe cristiana, creemos que nuestras palabras, obras e intenciones están encaminadas para el fin para el que hemos sido creados. Y el Camino, la Verdad y la Vida no se dan fuera de Jesucristo. De ahí la importancia de mejor conocerlo, para amarlo y proseguirlo. Esta oración es continua.
Es necesario desapropiarse de su propio amor, querer e interés, para en todo amar y servir.
Nuestra espiritualidad es una espiritualidad de servicio, en la que cuentan más las obras que las palabras. Así lo entendió Pedro Claver. (Lectura recomendada: Inscríbete aquí al primer Ejercicio Espiritual de medio día en 2024)
Somos más dados a tomar el “camino largo de la caridad”, en vez del corto. Así lo explica Paul Ricoeur: El camino corto: darle un vaso de agua al sediento. El largo: Trabajar el orden de lo político, para que el poblado pueda tener agua potable en sus casas. Si los dos caminos no se excluyen, preferimos al largo “porque el bien, mientras más universal es más divino”.
En la espiritualidad ignaciana nos sentimos a gusto con San Ireneo (Obispo de Lyon, Francia) cuando afirmaba que la gloria de Dios es el hombre (y la mujer) vivo (a).
Por eso, tal vez algunas veces nos sentimos mejor en un plantón, en el que se exige el cumplimiento de los derechos humanos a gobiernos indolentes, que en largas horas de alabanza y palmoteo.
Durante largos años nos ha inspirado el slogan: “Ad maioren Dei gloriam”. (A.M.D.G). Para la mayor gloria de Dios. Pero tal vez ahora hemos entendido mejor que la gloria de Dios consiste en el respeto de la dignidad de la persona humana.


