Por: Alfredo Ferro Medina, S.J. | Director del Santuario de San Pedro Claver.
Al querer hacer memoria o comprender al jesuita que sepultamos estos días, Luis Ortiz Valdivieso, sacerdote jesuita, podemos considerar diversas facetas de una personalidad rica y variada, que para todos nosotros es un verdadero legado. Posiblemente no sea yo la persona más idónea para hablar de Lucho, pero en ocasiones nos toca, por el servicio que prestamos y en ese sentido, me gustaría acudir más a lo que percibí en este último tiempo y a los testimonios de otras personas que lo conocieron mejor que yo.
En medio de la simplicidad, sencillez y austeridad que fue algo muy propio de Lucho, descubrimos por diversas personas que lo conocieron y amaron, un hombre grande en sus 88 años que pasó por este mundo haciendo el bien.
Posiblemente se me escape algún rasgo de la personalidad de Lucho, pero estos, son algunos de los que quisiera destacar. Comienzo por el hombre de creencias sólidas y de una gran espiritualidad, algo propio y profundo en su vida, que transmitía con la mayor sencillez a los demás. No era desde las palabras, sino de su testimonio en el día a día del evangelio que se hacía carne. Le encantaba profundizar textos bíblicos, que recogía y compartía con suficiente conocimiento de manera pedagógica y los complementaba con reflexiones teológicas que alimentaban su fe y la de sus hermanos y hermanas. Lucho murió el mismo día en que fue canonizado San Pedro Claver, un 15 de enero de 1888 y fue en el templo del Santuario en donde por tantos años presidió la eucaristía bajo la figura del Santo “esclavo de los esclavos”.
Lucho fue un verdadero misionero, faceta esta que desarrollo en varias tareas que le fueron encomendadas a través de sus superiores en la Compañía y de manera más radical, entre los Guayús en sus años en la Guajira, experiencia que valoró sobre cualquier otra, pues solía decir que había aprendido más con este pueblo y su gente, que en todos los años de formación en la Compañía de Jesús, corroborando así el texto del evangelio de la experiencia del Dios de Jesús, cuando desde lo más profundo afirma, que Dios se revela especialmente a los pequeños y pobres de este mundo y se esconde a los sabios y poderosos. En realidad, nuestro amigo y compañero Lucho, vivió siempre su vocación como un llamado a ser fiel al evangelio, que no solo lo leyó, sino que lo hizo realidad en su cercanía y amistad con los más pobres y excluidos de esta sociedad, a quien siempre acogió con un corazón grande y generoso.
Lucho fue un nato “evangelizador” de la cultura, que pudo transmitir desde la sacramentalidad eclesial rica en símbolos y palabras y lo hizo particularmente a través de los innumerables niños y niñas que bautizó, de jóvenes que se acercaron a la comunión por primera vez, de parejas que quisieron sellar su amor a través del sacramento del matrimonio y de las cuales fue testigo, o de la celebración diaria de la cena del Señor, como acción de gracias y expresión de la comunión entre nosotros, con Dios y con la naturaleza. Fueron muchos los años que Lucho celebró la eucaristía de las 10:00 a.m. de los domingos en el templo de San Pedro Claver, donde tenía seguramente fieles cautivos, que lo siguieron y acompañaron durante muchos años y a quien les predicaba con dedicación y cariño.
Lucho fue un estudioso consagrado, sabio e investigador, supo combinar el diálogo entre la ciencia con la creencia religiosa. Leía permanente literatura, filosofía y teología, y sabía entrar en comunicación con los avances de la ciencia, pues era una persona muy culta y leída. Manejaba desde los clásicos las lenguas muertas y algunas de las lenguas modernas, lo que le daba un bagaje de conocimientos y de exploración permanente, siendo la verdad una búsqueda y no algo definido o estático. Lucho nunca se jactó de grandes conocimientos, ni de poderes superiores desde lo sagrado, pues fue siempre muy humilde, guardando su cuota de testarudo y firme, en lo que él consideraba era innegociable y siempre tuvo tendencia a lo alternativo tanto en temas de salud o en otros campos de la ciencia, como en lo que significaba el desarrollo de la humanidad.
Lucho así mismo, fue un gran educador y formador, ya sea desde lo formal en los colegios de la Compañía de Jesús a los cuales fue destinado y donde fue profesor de diversas materias, pero, sobre todo, desde la simplicidad de la vida ordinaria y cotidiana en el dialogo permanente y fluido con las personas. Para la mayoría de las personas que lo conocieron, su gran cualidad y capacidad fue la de ser un excelente director espiritual y confesor, tarea hoy difícil y abrumadora. Sabía escuchar y aprender de la escucha y sobre todo, dedicar el tiempo necesario que requerían las personas que querían reconciliarse, pedir un consejo o simplemente desahogarse. Los dramas que conoció envuelto en las paredes del santuario lo transportaban a la verdadera condición humana y a la dura realidad de mucha gente en esta ciudad profundamente inequitativa y de grandes contrastes.
Siempre muy inquieto e inconforme, se hacía muchas preguntas, de las que tenía pocas respuestas. Aunque no le gustaba que lo llamaran rebelde, siempre lo fue, pues tenía un espíritu abierto, amplio y de crítica a lo establecido, como cualquier maestro de la sospecha. Su rebeldía, con trazos de insurrección, lo llevaron muchas veces a cuestionar a sus superiores y le permitieron actuar con la libertad de los hijos de Dios, sin apegarse a normas o conductas.
Lucho, se caracterizó por ser un hombre pobre y sobrio, como fue el deseo de San Ignacio para todos los hombres y mujeres en el seguimiento de Jesús y que nos transmitió en sus Ejercicios Espirituales y particularmente a nosotros los jesuitas desde los votos o consejos evangélicos, cuando en el momento de la elección, se nos invita a asumir al Jesús pobre y humilde. Solo al acercarse a su cuarto, donde vivió tantos años, es que es posible entender su espíritu de total desprendimiento y sencillez. Nunca acumuló nada y lo que pudo ir teniendo en sus largos años en Cartagena cabe en 10 metros cuadrados.
Lucho, fue para muchos su confidente, su compañero o amigo-a incondicional. Nunca negoció la amistad y siempre actuó con toda libertad, sea seleccionando sus amistades o bien soltando algunas de ellas.
Lucho fue también músico y artista, faceta de su creatividad un tanto oculta, pues incursionó en sus ratos libres en estos campos y por ello mismo, logró expresarse tanto en la pintura como en la música. Pinto varios cuadros que iba regalando sin apego ninguno y guardaba como un tesoro en su cuarto una marimba que tocaba en ocasiones muy especiales sintiendo cierto rubor por no poder tocarla mejor.
Lucho en sus últimos años en Cartagena, sin tener mayor acceso a grandes tecnologías, no necesito salir de este claustro para enterarse de lo que pasaba en el mundo, en la sociedad, en Colombia y en Cartagena, pues leía permanentemente la prensa, escuchaba noticias y leía todo tipo de artículos de actualidad que le llegaban a sus manos. Su mayor fuente de conocimiento era la posibilidad que tenía de preguntar, indagar o averiguar cosas de muy diverso tipo, a todos y cada uno de los huéspedes que pasaban por el Santuario de San Pedro Claver.
Desde nuestra fe podemos afirmar que estamos alegres de poder entregar a Lucho al Dios resucitado. Fue una vida cargada de sentido, donde el centro y la razón de ser para él fue siempre el poder conocer, amar y servir al único señor que no muere. Démosle gracias al buen Dios, que ha amado profundamente a Lucho encarnado en Jesús y a quien él siempre quiso seguir en su vida, dedicada al servicio y entrega de los demás. De esta manera, sin lugar a dudas, Lucho vivía en el día a día la presencia del resucitado, que lo ha invitado hoy a hacer parte definitivamente de la gloria de Dios.
Como compañeros jesuitas, comprometidos con la tarea de resignificar la figura de Pedro Claver, que fue el amparo de Lucho durante muchos años, queremos agradecerle a él los años de entrega incondicional, permanente y cotidiana en el claustro y en el templo de San Pedro Claver en Cartagena, donde seguramente reposarán sus cenizas y de donde él mismo, nunca quiso salir.